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Cumplía rigurosamente su deber; pero sin jactancia ni ostentación algunas, y muy de tarde en tarde, de años a brevas, publicaba en El Cronista, de Renada, algún articulillo sobre antigüedades de la región ilustre y siempre noble y leal. Como en su ética enseñaba que el hombre debe cultivar asiduamente sus sentimientos de sociabilidad iba, para predicar con el ejemplo, todas las tardes al Centro de Ganaderos y Labradores a echar su partida de tute. Lo que, claro está, le habría resultado a don Silvestre aun mucho más embolístico que lo otro.
Había además de esto los ajedrecistas a quienes las ranas molestaban más que los mosquitos, del revés de los lectores, a quienes estos molestaban mucho más que aquéllas. Los ajedrecistas eran, pues, batracófobos y los que leen batracófilos. No había mucho más que una cosa que perturbara tan apacible forma de vivir. Eran los mosquitos, que en el estío y aun en la otoñada molestaban a los asociados del Casino de Ciamaña.
Extraídos De Los Exámenes De Selectividad
Todos y cada uno de los que aspiraban a diputados por el distrito de Renada y todos y cada uno de los que lo habían sido le consideraban grandemente. Por su habilidad técnica electorera en primer lugar, y por su haraganería asimismo, que admiraban sin reserva.
El común labor que requiere intelecto yacía descuidado y como en barbecho, pasándoseles días y hasta semanas y meses en que no ponían en él atención ni charlaban de él siquiera. Las ausencias del hogar común, del hogar intelectual, eran cada vez más frecuentes y largas. Y a la par se iba cumpliendo, no la obra de síntesis, sino la de disolución de sus respectivos especiales, ya que cada vez se sentía menos feminista don Bernardino y menos masculinista doña Etelvina.
Don Bernardino Y Doña Etelvina
Y después probó que el balduque puede llegar a ser un cordel de horca y un dogal para entorpecer todo avance, y que el reglamento del Cuerpo era un conjunto de tonterías mayores que las que forman las ordenanzas esas de Carlos III. El escándalo que se armó fue indescriptible. Y un día sucedió una cosa pavorosa, y fue que el joven bibliotecario, harto de la senil tozudez de aquellos dos megaterios humanos, poco entretenido de su indomable voluntad de no salirse de la rutina y del balduque, fue y comenzó a echar todos los libros por el suelo. Iban rodando por el suelo, en la mitad de una enorme polvareda, mamotreto tras mamotreto; los incunables se mezclaban con los miserables folletos en rústica; aquello era una confusión espantosa. Un tomo de una obra yacía por acá, y tres metros más allí otro tomo de la misma obra.
9.- Al quejarse don Pedro del cuidado que le proporcionaba el manejo de la casa, sus hijos le afirmaron que lo dejase a cargo de Margarita. «Sí, señores -siguió el joven con más energía-, a favor de esa organizada desidia, de esa habitual haraganería, aquí pudieron realizar los bibliómanos lo que les dió la gana. Los mucho más preciosos códices de nuestra biblioteca han desaparecido de ella. Figuran hoy en las librerías privadas de distinguidos próceres.
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Y es hombre nuestro don Silvestre que se vacía en varios aforismos. De donde resulta que lo mismo se le puede llamar de un modo que de otro.
Y tuvo el joven que comparecer frente al Consejo Superior del cuerpo de bibliotecarios a hablar de su acto. Era como quedaban menos huecos desaprovechados. Y, al unísono, les persuadió de otras reformas que había que ingresar en la catalogación.
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Pero en frente de los soñadores estaban los dormidores, los que deseaban dormir y no soñar, los espíritus prácticos, y a éstos les molestaba el croar de las ranas mucho más que el zumbar de los mosquitos y aun las picaduras de estos. Y como eran espíritus científicos no se dejaban convencer, a falta de suficiente prueba estadística y comparativa, de que las ranas acabaran con los mosquitos. Que si éstos faltaban desde el momento en que había ranas podía ser otra causa intercurrente. De esta manera es que los dormidores o espíritus científicos se declararon batracófogos.
Y no afirmaría yo que don Catalino no le halle divertido y hasta jocoso, amén de instructivo, ¡evidentemente! Don Catalino es, como ven ustedes, un niño grande, pero sabio; esto es, tonto. 15.- Don Catalino cree que el juego del ajedrez es el más noble de los juegos, pues lleva a cabo altas funciones intelectuales. Fuime a casa a leer un poeta cualquiera, el menos científico, por fuerza convencido de aquella verdad de que si el poeta es orate, el sabio, en cambio, es tonto de capirote.